martes, 19 de mayo de 2009

Y tú, ¿qué harías si fueses Dios?



–¿Cómo que no existo? –exclamó.
–No, no existes más que como ente de ficción; no eres, pobre Augusto, más que un producto de mi fantasía y de las de aquellos de mis lectores que lean el relato que de tus fingidas venturas y malandanzas he escrito yo; tú no eres más que un personaje de novela, o de nivola, o como quieras llamarle. Ya sabes, pues, tu secreto.



Así de rotundo se muestra Unamuno cuando el protagonista de su novela, o como él la llama nivola, Niebla, decide viajar a Salamanca para hacer una visita al célebre escritor. Unamuno, le revela a Augusto la verdad sobre su existencia y mantienen una prolija conversación en la que el autor reflexiona sobre la creación literaria y la relación entre el escritor y sus personajes. Unamuno adquiere el rol de Dios, controla y el destino de su personaje, le anuncia que va a morir, situación ante la que Augusto se revela.

No recuerdo la lectura que hice de esta obra cuando la leí hace unos años, lo cierto es que poco recordaba de ella excepto que me había gustado bastante. Ahora, refrescada la memoria, supongo que lo que más me influyo de esta obra es la reflexión que la cierra. Especialmente, la constatación del poder omnipotente del creador respecto a su obra, y ¿quién no se ha preguntado alguna vez que haría si fuese Dios? Creo que este es uno de los grandes atractivos de la creación cultural, la capacidad del autor para manejar a sus personajes a su antojo, la oportunidad de jugar a ser Dios ¿de qué otra manera podemos lograr un poder tan grande?

Sin embargo, en su cruzada por el control de su existencia, Augusto, replica a Unamuno: ¿y si es él el que no existe? “¿no ha sido usted el que no una sino varias veces ha dicho que don Quijote y Sancho son no ya tan reales, sino más reales que Cervantes?”. El personaje continúa su alegato: “Hasta los llamados entes de ficción tienen su lógica interna...”… “En efecto; un novelista, un dramaturgo, no pueden hacer en absoluto lo que se les antoje de un personaje que creen; un ente de ficción novelesca no puede hacer, en buena ley de arte, lo que ningún lector esperaría que hiciese...”

Paradójicamente, resulta que cuanto mejor se construye un personaje, cuanto mejor lo conoce el público, cuanto más profundo y complejo resulta, más posiblemente se convertirá en un ente autónomo un poco más inmune a los caprichos de su creador. ¿Acaso el gran público consentiría que House dejase de cojear y comiese perdices para siempre? ¿Qué pasaría Drácula se pasase al zumo de frutas? ¿Y si Robin Hood colgase el arco y se dedicará a cultivar honradamente la tierra?

Cuando un autor hace algo semejante, el público, por lo general sin llegar a los extremos de la protagonista de Misery, se siente traicionado. Parece que ni siquiera escribiendo alcanzaremos nunca el poder divino.

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