miércoles, 29 de abril de 2009

Recomendaciones ante la crisis creativa

Se habla mucho de la crisis económica, de sus catastróficos efectos, de lo mal que están las cosas y de lo que nos espera. Hablar por hablar. Si algo tenemos claro los ciudadanos de a pie es que nadie sabe nada, o casi nada, sobre la crisis. No sé si la crisis económica esta afectando a Hollywood, sospecho que no demasiado puesto que las grandes superproducciones continúan llegando a las carteleras. Más bien es una crisis creativa la que hace tiempo se ha instalado en la meca del cine. Los efectos especiales, los remakes, las sagas interminables, las adaptaciones, las secuelas, las precuelas…tratan de suplir la falta de ideas.

Fotograma de "X-Men Oríegenes: Lobezno", precuela, adaptación y saga



Ante la escasa oferta de cine de calidad en taquilla les propongo una siempre sorprendente incursión en el cine clásico. Mi oferta no es objetiva, lo admito, soy una enamorada del cine ¿antiguo? Una vez superados los prejuicios hacia las películas en blanco y negro, encontrarán en el cine más clásico comedias divertidísimas sin la necesidad de recurrir a lo escatológico o la parodia facilona, thrillers que te atrapan con su suspense sin efectos especiales, historias de amor poco convencionales sin cursilerías ni tópicos pastelones… Hay cabida para todos los géneros y gustos en el cine de esta época.

Háganme caso, tomen nota y añadan en su lista de cosas por hacer en su paso por este mundo disfrutar de la aportación de genios como Billy Wilder, con películas tan imprescindibles como “Con faldas y a lo loco”, “El apartamento” o “Irma la Dulce”, todas ellas con el genial Jack Lemmon, o uno de mis más recientes descubrimientos: “Uno, dos, tres”.


No se pierdan el cine de Cukor que nos regaló la unión de una de las parejas cinematográficas más míticas de la historia del cine, la formada por Cary Grant y Katherine Hepburn en películas como “Bringing up baby” (desafortunadamente traducida como “La fiera de mi niña”) “Holiday” (que alguien decidió hacernos llegar como “Vivir para gozar”) o “Historias de Filadelfia” en la que el inigualable James Stewart completaba el triángulo.

Cary Grant, Katherine Hepburn y James Stewart, trío protagonista de "Historias de Filadelfia"

Siento especial debilidad por la pareja Grant-Hepburn pero también recomiendo encarecidamente los duelos interpretativos de la pelirroja con el que sería el amor de su vida, Spencer Tracy. Films como “La mujer del año”, “La impetuosa”, “La costilla de Adán”, sorprenden por su frescura más de 60 años después. Vean con especial cariño “Adivina quién viene esta noche”, última interpretación de Tracy que murió antes del estreno de una película que Hepburn nunca fue capaz de ver.

Disfruten del gran Cary Grant en “Arsénico por compasión” o “La pícara puritana”. De su mano y de la de Stewart podrán conocer también al insuperable Alfred Hithcock quién también se rindió ante la evidencia del talento y la versatilidad de ambos. De la colaboración Hitch-Grant, no dejen de ver “Atrapa a un ladrón”, “Con la muerte en los talones” y “Encadenados”. Del encuentro del director británico con Stewart, “El hombre que sabía demasiado”, “Vértigo”, “La ventana indiscute” o, la que muchos conocerán por ser la única película en un solo plano secuencia, “La soga”.

¿Qué añadir a todo lo que se ha dicho ya de la obra del mago del suspense? Desde luego su prestigio es más que merecido. Sólo una última predilección personal: “Rebecca”, film en el que nada es lo que parece y reúne todos los elementos propios del cine de Hitchcock: suspense, romance e incluso toques de su especial humor.



Acérquense al cine más clásico, no tienen nada que perder. Seguro que nunca volverán a ver el cine actual de la misma manera, entenderán que es aquello de la época dorada de Hollywood.





martes, 28 de abril de 2009

De superhéroes y antihéroes

Nunca me han atraído demasiado las historias de superhéroes. Como gran aficionada al cine que soy, recuerdo infinidad de adaptaciones de Batman (desde los Michael Keaton y Val Kilmer de mi infancia hasta el nuevo Christian Bale), al mítico Christopher Reeve volar convertido en Superman e incluso he visto algunas de las entregas de la reciente saga de Spiderman con un Tobey Maguire al que nunca veré como el hombre araña.


Aunque confieso que, cosas de la edad, no me hubiera importado ser rescatada alguna vez por George Clooney y Chris O’Donnell vestidos de "Batman y Robin", lo cierto es que ninguno de estos salvadores con mallas consiguieron llamar mi atención más allá de la hora y media de metraje ni hacerse un hueco en mis recuerdos cinéfilos o en mis desvaríos adolescentes. Y lo mismo me ocurría de más pequeña, prefería aquello del “uno para todos” de los Mosqueteros (o para mí, en aquella época de los míticos Mosqueperros) a las telarañas con las que un Peter Parker animado deleitaba a mi hermano.

Hay algo en los superhéroes que no me acaba de convencer. A menudo se me antojan personajes planos, bidimensionales. Aunque a menudo conocemos sus motivaciones, parte de su pasado y sus problemas para conciliar “trabajo” y vida privada, aspectos que les humanizan, sigo sin conectar con ellos. Tal vez carezca de la imaginación necesaria para identificarme con los superhéroes, no lo descarto. Tal vez piense que con las capacidades y poderes que poseen salvar el mundo sea más una especie de designio darwiniano que una elección personal que alabar, porque “un gran poder conlleva una gran responsabilidad”. Tal vez porque la perfección no solo es inalcanzable para nosotros, pobres humanos corrientes, sino que además aburre.

Quizá es por esto por lo que nos atraen tanto los antihéroes. Los malos de la película siempre son más divertidos. En ellos no hay ni rastro del tono paternalista, su comportamiento inmoral y perverso nos permite explorar nuestro propio lado oscuro, dar rienda suelta a nuestras fantasías dejando al margen lo políticamente correcto. Además, ¿qué sería de Superman sin Lex Luthor o de Spiderman sin Octopus? ¿Alguien recordaría “El caballero oscuro” si no por el genial personaje del Joker que interpretó Heath Ledger? La fascinación por los “malvados” es tan antigua como el vampiro, uno de los personajes más temidos y deseados de la historia de la ficción.

Tal es la atracción por los antihéroes que de un tiempo a esta parte se han convertido en los reyes del prime time. Personajes como House o Dexter son la perfecta simbiosis del héroe clásico y el peor de los villanos. Con su doble moral se parecen un poco más a nosotros mismos, ya saben lo del tópico aquel que dice que “los seres humanos somos capaces de lo mejor y de lo peor”.
Siempre me han interesado más los seres humanos extraordinarios que los superhéroes. Pero de entre todos los héroes cinematográficos siento una especial debilidad por uno al que no sabría muy bien en que categoría etiquetar. No es otro que Indiana Jones, un atractivo doctor en arqueología que da clases en la Universidad y en su tiempo libre se dedica a salvar el mundo. Aclárenme la duda… ¿no es eso tener superpoderes?

lunes, 20 de abril de 2009

Tiempo

Hoy es veinte de abril… de 2009. Me doy cuenta de que una de mis canciones favoritas tiene unos 19 años, los que han pasado desde el 20 de abril del 90. La carta que los Celtas Cortos cantaban me acompañó durante toda mi infancia y aun hoy sigo sintiendo por ella un cariño especial. Recuerdo haber escrito algo sobre ella, una pequeña reflexión allá por el 2005 en la que me asombraba al darme cuenta de que esta canción cumplía 15 años. Pero lo más curioso es que los cuatro años que han pasado desde que escribí aquello se me han esfumado casi a la misma velocidad que los 15 anteriores.

Me abruma empezar a darme cuenta de que lo que dice la gente mayor sobre lo rápido que pasa el tiempo es cierto. Y es que el tiempo es un concepto relativo, muy relativo: enero y agosto tienen los mismos días y una clase dura lo mismo que un partido de fútbol o una película. Ajeno a nuestra subjetividad el tiempo, irremediablemente, pasa y pasa para todos. Si hay algo que me gusta del tiempo es precisamente lo democrático que es. En su avance inexorable, el tiempo no se detiene ante nada ni nadie. Dice el dicho popular que el amor no se puede comprar con dinero, pero ¿y el tiempo? ¿Acaso controlar el tiempo a nuestro antojo no sería el mejor de los regalos?

Persistencia de la memoria,también conocido como Los relojes blandos, Salvador Dalí

“Hoy no que da casi nadie de los de antes, y los que hay han cambiado” escuchamos en la inconfundible voz de Jesús Cifuentes, el tiempo nos transforma, nos modela y finalmente acaba con nosotros ¿el tiempo pasa o pasamos nosotros? Cuestión manida y, a mí entender, irrelevante. Avanzar con él es la única manera de adaptarnos, y el recuerdo, nuestra única y restringida resistencia ante su invencible paso arrollador. Porque como canta Serrat en su canción basada en el poema de Machado, “todo pasa y todo queda, pero lo nuestro es pasar”.

jueves, 2 de abril de 2009

Obreras y campesinas

Se habla mucho de la incorporación al mundo laboral de la mujer, de la liberación que supuso para millones de mujeres el trabajo fuera de casa a partir de los años sesenta y setenta del siglo XX. Pero nuestro profesor, Josep María Perceval, no se equivoca al llamar la atención sobre un “pequeño” detalle que se suele pasar por alto al hablar de este fenómeno. Es que es cierto que la presencia de las mujeres en el mundo laboral fue toda una revolución en el siglo pasado, pero de la mujer burguesa, la obrera lo hizo mucho antes.


En el siglo XIX, la revolución industrial cambio radicalmente las formas de producción y el trabajo. Aparecieron las grandes fábricas en las que se hacinaban los obreros asalariados que soportaban jornadas de sol a sol en condiciones infrahumanas a cambio de un salario miserable con el que apenas les alcanzaba para sobrevivir. Pero si la vida de los obreros era dura, más todavía lo era la de las obreras. Las mujeres eran contratadas en las fábricas donde frecuentemente realizaban los turnos de noche y su sueldo era inferior al de los hombres. Después de pasar todo el día entregada al cuidado de sus hijos, de la casa y también de su marido, puesto que lo de repartir las tareas domésticas era por aquel entonces inimaginable, ellas se dirigían a la fábrica hasta que amanecía y, como si de un castigo bíblico se tratase, regresaban a su otro trabajo.

Trabajadoras en una fábrica textil

Esta puntualización, reivindicación, o simplemente decir las cosas como son, del profesor Perceval me ha hecho reflexionar. Y es que si la vida de estas mujeres en las grandes ciudades industriales era dura, la de las que vivían en el campo no era, ni mucho menos, un lecho de rosas. Hecho que no solo los poetas bucólicos pasaron por alto y del que yo misma soy testigo indirecta.

Yo soy de pueblo, pero de un pueblo de los de verdad, uno sin semáforos ni escaparates y, por supuesto, sin contaminación. Bolea, está a unos veinte kilómetros de Huesca y en la actualidad apenas alcanza los 600 habitantes. La vida allí no es tan diferente, al menos en lo sustancial, de lo que puede ser en Barcelona. Mi abuelo era agricultor, pero mi padre es funcionario y, aunque Bolea es el pueblo de las cerezas, en toda mi vida no habré pisado un campo más de una docena de veces. Sin embargo, no hace mucho que las cosas son así.

Tengo recuerdos muy nítidos de aquellos días de finales de mayo y principios de junio en los que mis abuelos recogían las cerezas. Solían volver a última hora de la tarde aprovechando que en esas fechas el día ya alarga y las jornadas bajo el sol se hacen eternas. Cuando llegaban a casa entraban en la cocina, mi abuelo se sentaba en su silla, siempre en la cabecera de la mesa, y disfrutaba de su merecido descanso. Mi abuela, le llevaba el porrón y casi sin tiempo para pararse a suspirar, hacía la cena. Después, mi abuelo se iba al “café”. Y no es que él fuera un machista, el sólo era un hombre de su tiempo y aún hoy, cuando hablas con mi abuela de aquellos tiempos siempre dice que “las cosas eran así”.

Mi abuela nunca se quejaba, hubo un tiempo en el que además tenía que hacerse cargo de cuatro hijos y de su suegra enferma y además de las cerazas, en Bolea se cultivan cereales y se cogen almendras y olivas. Pero mi abuela no era la excepción, sino la regla. Las mujeres rurales, como las obreras industriales, tenían una doble jornada laboral mucho antes de que las mujeres de las clases acomodadas comenzasen a trabajar en oficinas o a ir a la universidad.

Sigue lloviendo

Hoy también llueve
Ni si quiera me apetece salir
Pero mañana, vacaciones