Trabajadoras en una fábrica textil
Esta puntualización, reivindicación, o simplemente decir las cosas como son, del profesor Perceval me ha hecho reflexionar. Y es que si la vida de estas mujeres en las grandes ciudades industriales era dura, la de las que vivían en el campo no era, ni mucho menos, un lecho de rosas. Hecho que no solo los poetas bucólicos pasaron por alto y del que yo misma soy testigo indirecta.
Yo soy de pueblo, pero de un pueblo de los de verdad, uno sin semáforos ni escaparates y, por supuesto, sin contaminación. Bolea, está a unos veinte kilómetros de Huesca y en la actualidad apenas alcanza los 600 habitantes. La vida allí no es tan diferente, al menos en lo sustancial, de lo que puede ser en Barcelona. Mi abuelo era agricultor, pero mi padre es funcionario y, aunque Bolea es el pueblo de las cerezas, en toda mi vida no habré pisado un campo más de una docena de veces. Sin embargo, no hace mucho que las cosas son así.
Tengo recuerdos muy nítidos de aquellos días de finales de mayo y principios de junio en los que mis abuelos recogían las cerezas. Solían volver a última hora de la tarde aprovechando que en esas fechas el día ya alarga y las jornadas bajo el sol se hacen eternas. Cuando llegaban a casa entraban en la cocina, mi abuelo se sentaba en su silla, siempre en la cabecera de la mesa, y disfrutaba de su merecido descanso. Mi abuela, le llevaba el porrón y casi sin tiempo para pararse a suspirar, hacía la cena. Después, mi abuelo se iba al “café”. Y no es que él fuera un machista, el sólo era un hombre de su tiempo y aún hoy, cuando hablas con mi abuela de aquellos tiempos siempre dice que “las cosas eran así”.
Mi abuela nunca se quejaba, hubo un tiempo en el que además tenía que hacerse cargo de cuatro hijos y de su suegra enferma y además de las cerazas, en Bolea se cultivan cereales y se cogen almendras y olivas. Pero mi abuela no era la excepción, sino la regla. Las mujeres rurales, como las obreras industriales, tenían una doble jornada laboral mucho antes de que las mujeres de las clases acomodadas comenzasen a trabajar en oficinas o a ir a la universidad.
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